domingo, 3 de octubre de 2010

13


Tardé algunos segundos en acostumbrarme a la oscuridad. La poca luz que llagaba de la lámpara del techo era apenas suficiente para iluminar débilmente la cara del chico. Estaba tumbado en la cama, con las manos y los pies atados a los bordes de la cama con cuerdas gruesas. Vestía una camiseta a cuadros y unos vaqueros, no llevaba zapatos. Un pañuelo alrededor de la boca le impedía hablar, por lo que se limitaba a emitir sonidos incoherentes, como gruñidos. El pelo sobre la frente estaba empapado de sudor. Se agitaba como una bestia prisionera y tenía los ojos en blanco a causa del pánico.

- ¿Quién es? - pregunté.


- Un regalo para ti.


- ¿Y qué se supone que debería hacer con él?


- Lo que queras.


- Pero no sé quién es.


- Tampoco yo. Hacía autoestop. Lo he subido al coche mientras volvía hacia aquí.


- Quizá debamos desatarlo y dejar que se vaya.


- Si eso es lo que quieres...


- ¿Porqué no debería hacerlo?


- Porque ésa es la demostración de lo que es el poder, y de cómo va unido al deseo. Si tú deseas liberarlo, entonces hazlo. Pero si quieres algo más de él, eres dueño de elegir.


- ¿Estás hablando de sexo?


Él sacudió la cabeza, decepcionado.


- Tus imaginación es muy limitada, criatura. Tienes a tu disposición una vida humana, la más grande y asombrosa creación de Dios, y follártela es lo único que se te ocurre...


- ¿Qué tendría que hacer con una vida humana?


- Tú lo has dicho: si quisieras matar a alguien, te haría falta contratar a alguien que lo hiciera por ti. ¿Pero realmente crees que eso te da el poder de quitar una vida humana? Tu dinero tiene ese poder, no tú. Hasta que no lo hagas con tus manos, no experimentarás qué significa.


Miré de nuevo al chico, visiblemente aterrorizado.


- Pero yo no quiero saberlo - dije.


- Porque tienes miedo. Miedo a las consecuencias, de que podrás ser castigado o del sentimiento de culpa.


- Es normal tener miedo a ciertas cosas.


- No, no lo es, chiquilla... ¿Y si te dijera que puedes hacerlo, que puedes quitarle la vida a alguien y que nadie lo sabrá jamas?


- ¿Nadie? ¿Y tú?


- Yo soy quien lo ha secuestrado y lo ha traído hasta aquí. Y también seré quien enterraría el cadáver...


Bajé la cabeza.


- ¿No lo sabrá nadie?


- Si te dijera que quedarías limpio, ¿eso llenaría tu deseo de probarlo?


Me miré las manos durante un largo instante, mi respiración se aceleró mientras dentro de mí nacía una extraña euforia, nunca antes sentida.


- Necesitaría un cuchillo - dije.


Él se fue a la cocina. Mientas tanto, me fijé otra vez en el chico, que me suplicaba con la mirada y sollozaba. Frente a aquellas lágrimas que caían silenciosas, descubrí que yo no sentía nada.


Él volvió con un largo cuchillo afilado y me lo puso entre las manos.


- No hay nada más satisfactorio que quitar una vida - me dijo -. No la de una persona en particular, cono un enemigo o alguien que te ha echo daño, sino un hombre cualquiera. Te otorga el mismo poder que posee Dios.


Luego me dejó y salió, cerrando la puerta a su espalda.


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