La luz de la luna se deslizaba entre las persianas rotas haciendo brillar el cuchillo entre mis manos. El chico se agitaba y yo podía percibir su ansiedad, el miedo bajo la forma de sonidos, y también de olores. La respiración rápida y el sudor de las axilas. Me acerqué a la cama, lentamente, dejando que mis pasos crujieran sobre el suelo, para que el chiquillo pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Apoyé la hoja del cuchillo plana sobre el tórax. ¿Tenia que decirle algo? No se me ocurría nada. Un escalofrío me recorrió la espalda y de repente sucedió algo que no me esperaba: tuve una excitación.
Levanté el cuchillo algunos centímetros, deslizándolo lentamente a lo largo del cuerpo del chico hasta llegar al estómago. Luego me detuve. Tomé aliento y empujé despacio el extremo de la hoja hasta transpasar el tejido de la camiseta, hasta tocar la carne. El chico intentó gritar, pero únicamente consiguió emitir una patética imitación de un grito de dolor. Hundí el cuchillo unos centímetros más, la piel se hirió profundamente, como si se rasgara. Reconocí el blanco de la grasa, pero la herida todavía no sangraba. Entonces empujé más la hoja, hasta sentir el calor de la sangre en la mano y advertir una exhalación intensa, liberada por las entrañas. El chico arqueó la espalda, favoreciendo involuntariamente mi obra. Apreté más, hasta que noté la punta del cuchillo tocaba la columna vertebral. El chico permaneció en esa posición arqueada durante algunos segundos. Luego cayó pesadamente sobre la cama, sin fuerzas, como un objeto inanimado...
Levanté el cuchillo algunos centímetros, deslizándolo lentamente a lo largo del cuerpo del chico hasta llegar al estómago. Luego me detuve. Tomé aliento y empujé despacio el extremo de la hoja hasta transpasar el tejido de la camiseta, hasta tocar la carne. El chico intentó gritar, pero únicamente consiguió emitir una patética imitación de un grito de dolor. Hundí el cuchillo unos centímetros más, la piel se hirió profundamente, como si se rasgara. Reconocí el blanco de la grasa, pero la herida todavía no sangraba. Entonces empujé más la hoja, hasta sentir el calor de la sangre en la mano y advertir una exhalación intensa, liberada por las entrañas. El chico arqueó la espalda, favoreciendo involuntariamente mi obra. Apreté más, hasta que noté la punta del cuchillo tocaba la columna vertebral. El chico permaneció en esa posición arqueada durante algunos segundos. Luego cayó pesadamente sobre la cama, sin fuerzas, como un objeto inanimado...
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