El hombre es el único ser de la naturaleza capaz de reír o llorar.
Ros sabía eso. En cambio, lo que no sabía era que el ojo humano produce tres tipos de lágrimas. Las basales, que humedecen y nutren siempre el bulbo ocular; las reflejas, que salen cuando algo extraño penetra en el ojo; y las emocionales, que están ligadas al dolor. Las emocionales tienen una composición química diferente: contienen unos porcentajes muy elevados de magnesio y la hormona prolactina.
En este mundo de maravillas naturales todo puede ser explicada fácilmente, pero explicar porqué las lágrimas de dolor son fisiológicamente diferentes de las otras es casi imposible.
Las lágrimas de Ros no contenían prolactina.
Ése era su secreto.
Ya no era capaz de sufrir, de sentir empatía necesaria para comprender a los demás.
¿Siempre había sido así, o algo o alguien había arrancado de ella esa capacidad?
Se había dado cuenta de eso con la muerte de su padre, a sus catorce años. Lo había encontrado una tarde, sin vida, en el sillón del cuarto de estar. Parecía que dormía. Eso es lo que contó cuando le preguntaron porqué no había llamado a una ambulancia, sino que se había quedado allí, velándolo, casi una hora. La verdad es que Ros había comprendido en seguida que no había nada que hacer. Y eso la había sorprendido. No ese momento trágico, si no que esa incapacidad para comprender lo que tenía ante sus ojos. Su padre -el hombre más importante de su vida, el que se lo había enseñado todo- ya no estaría más. Pero, ella no sentía nada.
En el funeral había llorado. No porque por fin había comprendido lo que había pasado, sino sólo porque eso era lo que se esperaba de una hija. Aquellas lágrimas habían sido un esfuerzo enorme.
"Me he bloqueado -se dijo- sólo me he bloqueado. Estoy en estado de shock. Seguro que no soy la única a quien le ha ocurrido esto antes." Lo intentó todo. Se torturó con recuerdos para sentir, aunque sólo fuera poco, la culpa. Pero nada.
No lograba entenderlo. Entonces se cerró en un silencio, sin dejar que nadie le preguntase cómo está. Su madre dejó de intentarlo, al ver que es excluida de su interior.
Todos creyeron que estaba rota, desolada. Pero Ros, encerrada en su habitación, se preguntaba porqué solo quería volver a tener la vida de siempre, enterrando aquella etapa en su corazón.
Con el tiempo, las cosas no cambiaron. Ese dolor nunca llegó. Hubo otros funerales: su abuela, una amiga, otros pariente... pero tampoco en esos casos consiguió sentir nada, a excepción del impulso de evitar relacionarse con la muerte lo más rápido posible.
¿A quién podía decírselo? La habrían mirado como a un monstruo, indigna de ser de la raza humana. Sólo su madre, en el echo de muerte, comprendió la indiferencia en su mirada y apartó la mano de la suya, como si de repente sintiera frío.
Cuando acabaron todos los lutos de su familia, para Ros fue más fácil aparentar con los extraños lo que no sentía. Cuando alcanzó la edad en la cual se necesita contacto humano, especialmente con el sexo opuesto, fue un problema. "No puedo puedo comenzar nada con un chico si no soy capaz de sentir empatía por él". Así definía sus problemas. Donde la palabra "empatía" sustituía "capacidad de mostrar sus propias emociones hacia una persona para identificarse con él".
Entonces empezó a consultarlo con los psicoanalistas. Algunos no sabían qué decir, otros que la terapia sería larga, que se trabajaría bastante para encontrar sus raíces emocionales y entender dónde y porqué se había detenido ese proceso de sentimientos.
Pero todos decían que necesitaba salir de su bloqueo.
Durante años asistió a terapia, sin resultado. Incluso cambió de médico varias veces, y estaría cambiando muchas veces, si uno de ellos, no le hubiera dicho: "el dolor no existe, como el resto de las emociones humanas. Es sólo química. El amor es solo endorfinas. Con una inyección de Pentotal puedo suprimirle todas las emociones. Sólo somos máquinas de carne."
Por fin se sentía aliviada. No podía hacer nada, su cuerpo tomaba una forma de protección, como pasa con algunas maquinas. El medico le dijo también que hay ciertas personas, cuando sienten mucho dolor, demasiado, mucho más de lo que puede tolerar un cuerpo humano; es en ese estado, cuando dejan de vivir, o se acostumbran a ello.
Había aceptado eso. Aún así, siempre se hacia una pregunta: ¿sería capaz de amar a alguien alguna vez?
Sin saber la repuesta, Ros había vaciado su mente y su corazón. Nunca tendría amor, un marido o un novio, ni tampoco hijos, ni siquiera un perro. Porque el secreto era no tener nada que perder. Nada que alguien pudiera arrebatarle.
Entonces decidió algo. Aunque no encontrara esa emoción en su interior, la provocaría de un modo artificial.
El sadismo.
El modo de actuar de un asesino en serie se reconoce por sus formas de actuar sádicos y retorcidos. Las víctimas son consideradas objetos, de cuyo sufrimiento, se puede sacar un provecho personal.
El asesino en serie, mediante la utilización del sadismo con su víctima, logra sentir placer.
Aveces se reconoce en él la incapacidad de alcanzar una relación madura, que son falladas, por tanto, se pasan de personas a cosas. La violencia es una posibilidad de contacto con el resto del mundo.
"Por eso no quiero que también me suceda a mí".