domingo, 30 de mayo de 2010

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- ¿Cómo voy a explicarte cómo es? Si te obligasen a ver cómo un gato se zampa a un pajarillo, seguro que llorarías, ¿no es verdad?- inquirió mr.X -. O intentarías ayudarlo. Ella daría el pájaro como comida al gato con la única finalidad de contemplar cómo lo destroza con sus garras, y los chillidos y los pataleos del pequeño animal le sabrían más dulces que la miel.

La pequeña Y retrocedió un paso, pero mr.X siguió avanzando hacia ella.


- No creo que te divierta aterrorizar a las personas hasta que le tiemblen tanto las rodillas que son incapaces de mantenerse en pie, ¿verdad? A Ella no le complace otra cosa. Y probablemente tampoco creerás que puedes coger sin más lo que se te antoje, sin importar el cómo, ni el dónde. Ella sí lo cree, y tu padre, por desgracia, posee algo que Ella desea arrebatarle a toda costa.


La pequeña Y dirigió una mirada a su padre, pero él se limitaba a permanecer inmóvil, mirándola.


- Ella no sabe encuadernar libros como tu padre - prosiguió mr.X -. No es experta en nada, excepto en una sola cosa: infundir miedo. En eso es una maestra. Vive de ello. A pesar de todo creo que ni Ella misma sabe qué se siente cuando el miedo te paraliza los músculos y te humilla. Sin embargo, conoce a la perfección el modo de provocarlo y difundirlo, en las casas y en las camas, en los corazones y en las mentes. Sus hombres reparten el miedo como la misiva negra, lo deslizan por debajo de la puerta y en los buzones, lo pintan con pincel en los muros y en las puertas de los establos, hasta que se propaga de manera completamente espontánea, silencioso y hediondo como la peste - mr.X se encontraba ahora muy cerca de la pequeña Y -. Ella tiene muchos secuaces -musitó-. La mayoría la siguen desde que eran niños, y si Ella ordenase a uno de ellos que te cortase una oreja o la nariz, obedecería sin pestañear. Les gusta vestirse de negro como los grajos, su jefa es la única que lleva una camisa blanca debajo de una chaqueta negra como el hollín, y si alguna vez te encuentras con uno de ellos, hazte pequeña, muy pequeña para que quizás no se fijen en ti, ¿entendido?. Comprendo que tu padre nunca te halla hablado de Ella, yo también preferiría hablarles a mis hijos de gente amable.


- ¡Yo sé que no hay sólo gente amable! -la pequeña no pudo evitar que su voz temblase de rabia. Quizás también de temor.


- ¿Ah, sí? ¿Y cómo? -afloraba su sonrisa enigmática, triste y arrogante al mismo tiempo-. ¿Acaso has tenido que vértelas alguna vez con una verdadero malvado?


- He leído sobre ellos.


Mr.X soltó una carcajada, llenando su cara de cicatrices con otra sonrisa, ahora complacida.


- Caramba, es cierto, es casi lo mismo -reconoció. Su sonrisa escocía como el veneno de las ortigas. Se inclinó hacia la pequeña y la miró a los ojos-. A pesar de todo, te deseo que eso quede reducido a la lectura -dijo en voz baja.

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